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miércoles, 6 de mayo de 2015

Los retos


Esas pequeñas cosas que te has impuesto con el fin de lograr algo especifico, ya sea reconocimiento, una posición en el mundo o una satisfacción personal que cumplir. 
Son extenuantes y a veces difíciles de controlar, son iniciativas, son chispas de ideas que quieres crear para el bien de todos y sobre todo de ti mismo.

Los retos son engrandecedores del alma, 
son los motores de la vida, son los creadores de tu destino.
Y son retos porque te confrontan con tus miedos, te hacen crecer y aprender, te hacen valorar y reestructurar tus creencias, te hacen trascender.
A veces son inalcanzables y parecer desaparecer ante las desavenencias de la vida , te hacen ser valiente y perfeccionista, organizado y mesurado.
Te hacen sufrir, llorar, decaer y dejar todo atrás, pero en el camino te hacen más suerte, mas templado y más feliz. Porque la felicidad no esta en la meta sino en el camino a ella, la felicidad es un estado y no un sentimiento, la felicidad es saber que día con día vas ganando retos que te hacen valorar la vida, que te hacen crecer y experimentar el camino pactado de la existencia de tu propio ser.
 




Arcángel

Miguel se vio a sí mismo desmembrado. Con las alas desprendidas del cuerpo, el brazo que empuñaba la espada de la justicia estaba lejos de su vista pero aún podía sentirlo. Su cabeza decapitada y la balanza de la verdad rota en al menos cinco pedazos. 
No recordaba nada y el piso de porcelana en donde permanecía inmóvil le causaba inquietud. 
Poco después recordó su caída, cuando la mujer de la limpieza pegó con la escoba en la repisa del comedor y lo estrelló en el piso. 
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Jaulas vacías

La reja llena de verdín de la casa de la 18 hacía pensar a los transeúntes que aquella vivienda estaba abandonada.  Los muebles viejos y las figuras de porcelana esperaban ansiosas a que alguien les quitara el polvo. El patio delantero estaba rodeado de jaulas sobre pedestales oxidados. El tiempo y la ausencia de pájaros hicieron que perdieran el brillo y la calidez que tenían hace algunos años. En el cuarto del fondo un hombre terminaba de vestirse colocando un sombrero negro sobre su grisácea y escasa cabellera. Caminó con andar pausado hacia la cocina. Se haría un café cargado. Se sentó en el desvencijado sofá a esperar la llamada que llevaba esperando muchos años. Después de la muerte de su esposa lo único que le hacía feliz era recibir noticias de alguno de sus hijos o nietos.. Hacía meses que ninguno de ellos lo había llamado. Aun así, él esperaba, esperaba y esperaba. Cayó la tarde y se fue a dormir. Tuvo un sueño profundo del cual nunca despertó. Días después el sonido intermitente del teléfono se hizo presente en el silencio. 
 


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Arena Puebla
Era lunes, el santuario de luchadores estaba listo. Jorgito, tomado de la mano de su madre, se sentó en la tercera fila. Una voz auguraba la batalla épica más grande en la historia. Al grito de: ¡Pégale con todo!, ¡rómpesela!, ¡dale en toditita!, un grupo de mujeres, con mandil y cemita en mano, vociferaban hacia el cuadrilátero. 
Los niños miraban impactados cómo Mephisto enredaba a Diamante Azul y le arrancaba la máscara mientras El Tirantes resonaba la tercera palmada.
En un instante, los fanáticos rudos vitorearon al campeón. Jorgito se asombró al ver que su héroe tenía un rostro familiar.
La Arena Puebla lo vió salir en los hombros del perdedor, agitando la máscara y gritando con orgullo: ¡Mi padre es Diamante Azul! 

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La muñeca
A Julia le gusta jugar con su muñeca en el balcón de su casa. Desde ahí observa desfilar a globeros, vendedores de merengues, mujeres apresuradas y las carretas que llevan las verduras al Mercado de la Victoria.  Algunas personas se detenían ante la mirada de ambas niñas, la real de ensortijados cabellos negros y la de juguete que les decía adiós con la mano. A veces solo sonríen y saludan a las pequeñas de las alturas. Es otoño, la familia se sienta a la mesa frente a los chiles en nogada. El sol se oculta detrás de los volcanes y el viento remece las trenzas de la niña que se pregunta: ¿Quién se llevó mi muñeca? Escucha dentro de la casa el resonar de las risas, las copas y las anécdotas. Una mano cálida toca su hombro. Mamá, entra a la casa. Hace frío. Julia suspira. Su mano, de dedos retorcidos por los años, acaricia su muñeca, ahora invisible, antes de ingresar sin remedio al cálido interior de una casa desconocida.
 

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Camafeos y vestidos
Cecilia y Magdalena abren el baúl. Sacan sus vestidos y se los prueban. Magdalena se cuelga el camafeo.  Abraza el retrato de su novio y las cartas que le escribe todos los días desde que se fue a la guerra cristera. Cecilia toma la orilla de su vestido, lo mueve con delicadeza y baila por toda la habitación. Entona con sutileza “El día que me quieras” recordando ese sábado de gloria del 34. Aquella canción se la dedicó el muchacho que conoció en los portales. La invitó a pasear por el zócalo, le compró una nieve y prometió regresar la siguiente tarde; le pediría permiso a su padre para salir con ella. Escuchan las campanadas de catedral y un ruido de pasos en la escalera. Guardan silencio. Voltean a verse y se van sigilosas atravesando la pared, como todas las noches. Un chico prende la luz y escucha el eco de unas risas disipándose en la oscuridad del sótano.
 



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